
Una gaviota robándole el bocadillo a un transeúnte ya no es una escena fuera de lo común. No lo era en la playa, pero tampoco lo es ahora en la ciudad.
El crecimiento de las ciudades supone un cambio de hábitat drástico para todas las especies y es una de las principales causas de pérdida de biodiversidad. Tanto es así que el número de aves que se pierden en el proceso de urbanización es mucho mayor que el de las que logran adaptarse. “La biodiversidad de las urbes es mucho más baja que la de las zonas rurales o la periferia. Por esa razón, hay un grupo muy grande de especies que no son capaces de adaptarse a las ciudades”, indica a Sinc Martina Carrete, investigadora en la Estación Biológica de Doñana (CSIC) y una de las ponentes ayer del XXII Congreso Español de Ornitología organizado por SEO/BirdLife. Pero mientras algunas se extinguen de forma local, otras se adaptan tan bien que se apropian de su nuevo entorno. Es el caso de las gaviotas y del gorrión común (Passer domesticus), paradigma de la adaptación, que convive con el ser humano desde hace unos 10.000 años y cuya supervivencia depende exclusivamente de la presencia del hombre. “Lo que favorece la adaptación a la vida urbana es la alta tolerancia ala presencia del hombre”, dice a Sinc Joan Carles Senar, jefe de investigación en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (CSIC).
“Vivir en la ciudad implica tener acceso a unos alimentos que no están disponibles en el campo”, dice Carrete, que recibió el pasado 6 de diciembre durante el congreso de SEO/BirdLife el Premio Francisco Bernis a la investigación. En España, las urracas (Pica pica) abren las hueveras de cartón que también se dejan delante de las casas. Otro ejemplo se produce en Nueva Zelanda, donde algunos gorriones han aprendido a abrir las puertas automáticas de algunas cafeterías para aprovechar las migas y los restos que dejan los humanos. Lo consiguen revoloteando frente a los emisores de infrarrojos que controlan las puertas.
No hay miedo, no hay estrés
Existen diferentes casos de adaptación pero todos coinciden en una cosa: perder el miedo al ser humano es el primer paso para conseguir adaptarse. Y no resulta difícil ya que los individuos salvajes tienen una capacidad “casi infinita” –dice la investigadora– de adaptarse al hombre a través de una flexibilización en su comportamiento. “Las aves en las ciudades han aprendido que los humanos no suelen ser predadores directos, y disminuyen su distancia de huida (a partir de la cual empiezan a huir)”, declara Gil.
El trabajo basado en una población de mochuelo de madriguera (Athene cunicularia) que lleva más de 20 años en la zonas urbanas de Bahía Blanca en Argentina, sugiere que los medios urbanos y rurales no difieren en su calidad. “Los individuos que los ocupan no ven las diferencias. Cada individuo está donde tiene que estar”, subraya la investigadora que midió el estrés de los pájaros de manera pasiva, sin tocarlos. Pero la mejor prueba de adaptación a la vida urbana es la diferenciación genética que se produce entre las poblaciones urbanas y las rurales. Otro estudio, liderado por la investigadora del CSIC y también pendiente de publicación, muestra que existen diferencias genéticas muy sutiles en los mochuelos. “Las poblaciones rurales y urbanas tienden a diferenciarse a largo plazo debido a que no hay un flujo aleatorio de individuos entre zonas rurales y urbanas”, asevera Carrete.
Las diferencias entre individuos rurales y urbanistas de una misma especie dependen también del acceso a la alimentación. En un lugar donde los recursos son abundantes, muchas aves deciden quedarse en la ciudad. Pero en la ciudad no es oro todo lo que reluce. La comida es en general de peor calidad, la contaminación química, acústica, y lumínica entorpece a veces su existencia y los gatos se han convertido en los nuevos depredadores. A pesar de ello, las técnicas de colonización y adaptación contemporánea se perfilan cada vez más y las aves callejeras se amoldan a la vida en la jungla de cemento.
Más información: www.ecoticias.com
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