Hola, quiero agradecer a todos los que me escribieron en respuesta a la primer parte de esta crónica. Es muy alentador sentirme acompañado y saber que somos tantos los que entendemos, y sobre todo creemos que poniendo el hombro con acciones concretas y precisas podemos modificar la realidad y evitar la extinción de uno de los más increíbles e imponentes animales del planeta: el Yaguareté.
El Parque Nacional Baritú tiene una superficie de aproximadamente 72.000 hectáreas y fue creado en el año 1974 para preservar un sector de nuboselvas que ha permanecido prácticamente virgen gracias a que la abrupta geografía de la zona y el cambiante relieve, que lo hacen prácticamente inaccesible.
Estábamos allí para continuar con nuestro Programa de Monitoreo Poblacional de Yaguaretés junto a la Administración de Parques Nacionales. En esta zona se encuentra la mayor cantidad de ejemplares de nuestro país, por lo que, sabiendo que en toda la Argentina quedan menos de 250 yaguaretés, monitorear la población de Baritú es clave.
Eran las 5 am y en el Land Rover de Parques Nacionales partimos hacia a Lipeo, un pequeño pueblo pegado al área protegida que atravesamos camino hasta el siguiente y último sitio con presencia humana: Baritú. Desde ahí y luego de un corto trayecto en que un caballo y una mula transportaron nuestro equipaje comenzó nuestro verdadero desafío. A partir de ahí, ya sólo pudimos seguir nuestro camino a pie. Serían 20 kms. hasta el primer sitio de acampe donde pasaríamos la noche, entre las quebradas del Río Sidras.
A medida que avanzamos, la vegetación iba cambiando rápidamente: el pastizal fue dejando paso a la selva y la humedad aumentaba a cada paso mientras líquenes y musgos se ven creciendo libremente en cada uno de los rincones. Los cedros salteños de valiosísima madera alcanzan aquí tamaños imponentes.
El calor aumenta y el camino en subida se hace pesado, por un momento pensé en la posibilidad de alivianar mi temperatura y quitarme las polainas anti mordedura de víboras, pero siguiendo el consejo de mis experimentados compañeros y mi sentido de supervivencia, no lo hice; estando tan lejos de un centro médico ser mordido por una yarará es un riesgo que no quiero ni debo correr.
Como ya sabés, soy fotógrafo de alma, apasionado por la naturaleza, y mis deseos de utilizar mis equipos para captar toda esta inmensa y hermosa geografía me jugaban una mala pasada: no podíamos perder el ritmo de marcha, y sumado al constante cruce de arroyos y los caprichos del terreno, hicieron imposible que pudiera sacar mi equipo para poder trabajar en un par de buenas tomas. Debíamos llegar al río antes del anochecer y esa era nuestra prioridad, todavía faltaba un largo camino por delante.
Luego de más de 15 horas de marcha por la espesa selva al fin llegamos a la quebrada por donde corre el Río Sidras. La pendiente era tan pronunciada que no hubo más remedio que bajar descolgándose agarrados de troncos, raíces, lianas y rocas. El esfuerzo fue agotador pero finalmente llegamos al punto donde los experimentados guardaparques habían planeado acampar.
Habíamos llegado a la zona de selva restringida. Exhaustos, apilamos nuestras mochilas y sumergimos nuestras cabezas en el agua cristalina del río. Luego, por primera vez miré con atención el horizonte y confirmé con inmensa alegría, que en este lugar, es la naturaleza quien verdaderamente manda.
Fue ahí, en ese playón del río y en ese mismo momento donde encontré la razón de mi viaje: una inmensa huella de Yaguareté, la primera de las tantas que vería mas tarde. Este hallazgo me hizo tomar conciencia de que aquí, donde pasaríamos la noche, estaríamos siendo observados por la más diversa y rica fauna del país: yaguaretés, tapires, ocelotes, osos hormigueros, pumas, coatíes, hurones, pecaríes, tucanes, urracas, loros, águilas selváticas y zorros, entre tantos otros, serían nuestros guardianes, aun cuando sumamente desconfiados casi no se dejarían ver.
La noche se hizo cerrada, y a pesar del cansancio, me costó conciliar el sueño. Al principio la imagen en mi mente de las 2 solitarias carpas tendidas bajo la luna llena en el playón tapizado de huellas, no me ayudaba a relajarme demasiado, pero el sonido del agua del río y el canto de las ranas hicieron de arrullo para que finalmente la serenidad me invadiera y cayera dormido.
Fue mi primer noche en el mítico Baritú.
Quiero agradecerte por tu compañía y por tu apoyo. Esta labor que desarrollamos sólo es posible gracias al aporte de personas que, como vos, saben que la extinción es para siempre. Es por ello que si aún no sumaste tu apoyo, te pido consideres aportar tu granito de arena, ASOCIATE AHORA a la Red Yaguareté y ¡ayudanos a seguir con esta hermosa y a la vez ardua tarea! Hacé click aca.
Un fuerte Abrazo.
Yaca.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por sus comentarios!